El pasado tres de julio, se practicó en Colombia, en una clínica oncológica de Pereira, la primera eutanasia o suicidio asistido en el país. El tema, como era de esperarse, suscitó todo tipo de reacciones al respecto. Es difícil no encontrar en la actualidad alguien que no haya vivido de cerca la traumática experiencia de un familiar, un amigo o quizá un conocido, que se haya encontrado luchando con una enfermedad terminal.
Pero es bueno preguntarnos qué puede llevar al ser humano a tomar una determinación tan drástica, cuáles son sus sentimientos y cuál es su manera de pensar. Desde el mismo punto de partida, cuando aparecen los primeros síntomas, indicios manifiestos de que algo no anda bien, hasta aquel momento en que los dolores, agudos y constantes, se hacen insoportables y ya la esperanza comienza a debilitarse, las personas con enfermedades terminales y sus familiares deben recorrer un camino lleno de altibajos que los deterioran y a su vez los hace fuertes.
La mayoría de personas que enfrentan este tipo de situaciones, al ser diagnosticadas con alguna terrible enfermedad, enfrentan varias etapas que se constituyen en la primera carga emocional. El primer período es el de la negación, donde con renuencia se rechaza este tipo de dictamen, pensando que todo es un error, que eso es algo que les puede pasar a otros, o que definitivamente es algo que no le puede pasar a quien lo padece. Luego, poco después, sobreviene una etapa de depresión, en la cual las personas fustigan el hecho de que la vida se haya ensañado con ellos y se asume una posición en la que el paciente desea mantenerse al margen de ese tema. Más tarde, llega la etapa de la aceptación, donde se admite la existencia de la enfermedad y se da paso a los tratamientos para combatirla. La última etapa aparece con la resignación y el deseo de enriquecer el espíritu, de esperar lo que ya no tiene cambio, de alistarse para lo que vendrá.
Un especialista en el tema, asegura que dependiendo de la personalidad de cada paciente, las personas con enfermedades terminales pueden avanzar hasta la última etapa, o bien, quedarse en cualquiera de las tres anteriores; los tratamientos para estas afecciones pueden llegar a ser exitosos dependiendo de la fase en la que el paciente se encuentre. Generalmente, se opta por métodos quirúrgicos, seguidos de tratamientos de radioterapia o quimioterapia. Otros métodos alternos, utilizan hormonas o agujas especiales cargadas con radioisótopos para combatir la enfermedad.
Junto con la carga emocional, debe considerarse la carga económica que viene de la mano con la enfermedad. El tratamiento para este tipo de padecimientos tiene un costo demasiado elevado, llevando a las familias de los pacientes a soportar cargas económicas muy fuertes, que la mayoría de las veces los llevan a la bancarrota.
Cuando irremediablemente la enfermedad alcanza un punto en el que ningún tratamiento puede aminorar su desarrollo, es cuando algunos pacientes consideran seriamente la opción del uso del suicidio asistido o la muerte digna.
En países como Holanda, Bélgica y Luxemburgo, la eutanasia es una práctica legal, mientras que en Suiza y España el paciente puede auto-administrarse un medicamento letal para terminar con su vida y de paso con su sufrimiento.
Algunos países aceptan esta práctica en algunas regiones, este es el caso de la unión americana y Australia. En Estados Unidos, solo Washington, Oregón y Montana aceptan este procedimiento. En Latinoamérica solo ciertos países están a la vanguardia de este recurso como Argentina, México y Venezuela. Estos dos últimos lo aplican en forma parcial.
El concepto de muerte digna tiene que ver con el derecho de una persona a fallecer honradamente, rechazando cualquier tratamiento de tipo quirúrgico o de reanimación artificial para la prolongación de su vida, en la etapa final de una enfermedad irreversible e incurable.
Vale la pena indicar que muchos de los tratamientos utilizados para atacar estas enfermedades terminales, aportan un sufrimiento mayor al paciente con relación a la mejoría que se puede obtener luego del mismo.
En contra de los detractores de la eutanasia, aparecen aquellos individuos que argumentan que en ningún momento se debe cuestionar el derecho del paciente a tener una calidad de vida apropiada, impidiendo la inclemencia médica que, según ellos, infiere más sacrificio y dolor.
Los que defienden el derecho a la vida, por su parte, esgrimen como antítesis la esperanza, la fe, y el optimismo de luchar hasta el último segundo por encontrar una salida milagrosa, que devuelva el bienestar a quien está desahuciado y a puertas de la muerte.
No creo que esta decisión, la de tomar la opción de la eutanasia y de la muerte digna, sea una determinación que un paciente en sus cinco sentidos, pueda tomar con facilidad. Hay elementos que están más allá de cualquier reflexión, que seguramente han llevado a declinar este tipo de prácticas en muchos pacientes moribundos. El temor a Dios y a lo que puede haber después de la muerte, puede incidir de alguna forma en estas ingentes decisiones.
No soy quien para juzgar a aquellos que han tomado ese camino, ni tampoco a los que lo están considerando. Solo puedo apoyarlos y rogar al cielo para que sus mentes estén completamente lúcidas en el momento en que deban tomar una determinación al respecto. Entre tanto, esperemos que los avances de la medicina den un salto fundamental en la búsqueda y desarrollo de medicamentos o procedimientos médicos que puedan reducir sustancialmente los excesivos casos de enfermedades terminales, que llevan a la muerte a tantas personas diariamente en el mundo.